(Crónica)
LA ÚLTIMA NOCHE DE VIGILANCIA
PARA LEÓN
LA
DUDA Y EL MACHISMO PREVALECEN EN EL TRABAJO
Por:
María Cristina Castañeda Chacón
Es viernes veintiuno de septiembre,
las horas pasan en el reloj de Ingrid León y su hijo aun no llega de estudiar,
tiene ocho años y lo cuida más que a uno de tres. Quizás por vivir en una de
las comunas más peligrosas de Cali. Mientras, en la cocina busca algo de pan,
el chocolate se le riega en una olleta de
aluminio un poco rayada y pequeña; con un trapito amarillo seca la estufita de
80 x 40 cms cuidadosamente cierra la pipeta del cilindro con miedo de volar la
casa. Después de dejar la comida lista de su marido y su hijo se da una ducha y
se arregla para ir a trabajar.
Su uniforme recién planchado de
pantalón, corbata, chaqueta y cachucha azul oscura, su camisa azul clarita
resalta el logo y apellido que la identifican combinando así, sus botas negras
y reloj son el atuendo que la describen como mujer responsable e integra en su
puesto de trabajo.
Falta una hora para recibir su turno
correspondiente; sale de su casa dejándola con seguro y deshabitada mientras
llega su esposo un campesino distribuidor de almidón de yuca a panaderías de
Cali y su hijo (que estudia en el INEM).
Recorre ocho cuadras larguitas para
llegar a la estación del MIO ubicada al frente del Centro Comercial
Cosmocentro, allí toma la troncal E21 y luego un alimentador con destino al Conjunto
Residencial Portobelo, ubicado al sur de la ciudad de Cali en el barrio
Meléndez donde labora como vigilante de seguridad.
Faltan cinco minutos para las seis de
la tarde y ella ya está averiguando lo sucedido en el día. Esta payanes
comienza su turno el cual es bastante largo, recién que se asoma la luna hasta
que la misma se marcha, por doce horas continuamente; durante una semana
-descansa los dos siguientes días- y retoma la jornada en compañía del sol. Así
se repite el ciclo consecutivamente. Hoy se siente afligida por más que siempre
fue una persona muy alegre, muy atenta; pero se cubre de muy buena energía,
pone su mejor cara y en su lugar de
trabajo luce más radiante que nunca.
Después de verificar que todo se
encuentra en orden, ejerce sus funciones básicas como: supervisar las seis
cámaras de seguridad que posee el conjunto a través del monitor, registrar en
un libro: nombre y hora de las personas que entran al mismo; mientras
permanente está en contacto por radio teléfono con el rondero compañero de
turno, ambos supervisan las ciento veintitrés casas que se encuentren bien, sin
nada que afecte su seguridad. Contesta los citófonos cuando los residentes
necesitan algo respecto a sus servicios. Y también vende gaseosas de la nevera
que colocó el antiguo administrador al lado de la bitácora y por si fuera poco
está pendiente de la entrega del correo a cada residente.
Las horas le empiezan a pesar en su
corazón haciéndola desahogarse con una residente del conjunto la cual se le
acerca y le pregunta ¿cómo se siente en su última noche y el motivo de su
retiro? contándole desde sus inicios en la vigilancia por medio de una
cooperativa de seguridad la cual le brinda prestaciones y seguridad social
hasta las peripecias que le había tocado vivir por ser mujer una de las pocas
mujeres en este oficio; con una sonrisa de oreja a oreja, resaltándole sus ojos
negros y carita rozagante, hace cuentas de sus anécdotas en los tres años de experiencia
como vigilante resaltando en su conversación “cada día se debe estar más alerta
porque uno no sabe en qué momento, ni
cómo la gente va a reaccionar. Anteriormente trabajaba en una librería. Pero es
indescriptible las sensaciones que se viven aquí”.
La chica muy curiosa le pregunta sobre
la elección a su profesión y qué problemas se le han presentado como mujer, ya
que le parecía raro ver a una mujer como vigilante a lo cual ella responde “Aun
recuerdo años atrás que nunca me imagine ser vigilante, primero por los escasos
recursos económicos para pagar los cursos de seguridad, fuera de eso el ser
madre me cohíbe de muchas cosas por ello inicié trabajando como vendedora de
diversos productos, luego como secretaria hasta que un día me hablaron de hacer
un curso de seguridad y me ayudaron a
pagarlo, por curiosidad acepte y me gusto. Desde ese momento empecé a perfilarme
en ese campo y a distribuir hojas de vida para este cargo en varios conjuntos
residenciales. Uno de ellos en este. Es verdad, somos pocas las que nos
arriesgamos a laborar así, porque exige bastante manejo de público, tenemos que
estar alerta ante cualquier situación, afortunadamente nunca me han amenazado,
ni se me han enfrentado con armas. Pero si estoy entrenada para esas
situaciones en que lo primordial es garantizar la tranquilidad de ustedes los
residentes”.
Con los botones en la mano para permitir
el ingreso y salida tanto de las personas como vehicular al conjunto, se fija
al tiempo en los monitores de la pantalla, buscando que ningún detalle se le
pase y la joven de veinte años de edad decide acompañarla un rato más en su
sentimentalismo y su jornada laboral. Aunque las dos no se conocen mucho, la
portera le tiene la suficiente confianza para sincerarse con esta chica
entrometida.
A penas son las siete y ya se le siente la nostalgia en el color de su
voz, su última noche de vigilante en dicho conjunto se va acortando lentamente
con el frio estremecedor. En su gran sonrisa esconde lo que sus ojos vidriosos
delatan, la gran tristeza de irse involuntariamente a prestar estos mismos
servicios a otro conjunto.
Sin embargo, la melancolía la invade
porque su renuncia “no es voluntaria” así lo cuenta ella, “es provocada por
constante fastidio y reproches a todo lo que hago y digo al defenderme” por
parte de varias señoras residentes del conjunto que ella vigila. “Le dicen a mi
jefe y al administrador que no cumplo bien mis funciones, que siempre estoy
comiendo y que es lo único que hago, entre otros chismes que generan
desconfianza a mi jefe y como no tengo como demostrarlo él le cree a esas
señoras…Coincidencialmente, en tres ocasiones si me han visto desayunando diferentes días donde hay poco movimiento por
eso opto por hacerlo a diferentes horas en que ellas no salgan, pero ¡eso no
perjudica ni mi trabajo, ni tienen porque manchar mi reputación constantemente!
con decir que es –Siempre-”.
Para Blanca una de las difusoras del
mal servicio que presta Ingrid “Yo no tengo nada en contra de esa vigilante,
pero no hace su trabajo como debe ser, no soy la única que la ha visto comer
todo el tiempo; cada vez que cruzo la puerta de la portería salgo y esta con
una arepa en la mano, regreso y tiene un paquetico de algo. Así es imposible
que cuide nuestra seguridad… Pregúntele a cualquiera y vera” argumento
discutido por Doralba, otra residente quien afirma “Hasta el momento Ingrid ha
sido una de las mejores vigilantes, su amabilidad, honradez y dedicación a su
labor me dan la confianza suficiente para sentirme protegida. Si he escuchado
malos comentarios pero de personas pensionadas que no salen del conjunto y se
entretienen con la difamación a los demás”.
Según León “en los cinco meses
larguitos que llevo trabajando aquí nunca se me presentaron problemas ni con
intrusos en el conjunto, ni con los vecinos. Ahora últimamente hay unas señoras
que me tienen envidia porque me hacen la vida imposible. Los niños aquí me
tienen mucho aprecio porque les hablo de buena manera… Creo que la base
fundamental es el respeto ante todo”.
Al cabo de las horas un poco más
serena, disminuyen sus quehaceres limitándose a estar alerta de cualquier
acontecer. Al incrementarse la oscuridad al igual aumenta el frio y el silencio
en esa casetica de ladrillo de dos por tres aproximadamente, haciendo que frote
sus manos constantemente para adquirir calor. Por más que el suelo es corrugoso
hace que disminuya el peligro de que se caiga alguna persona, además las
paredes son el escudo de las inclemencias naturales. El vidrio polarizado que
cubre media caseta permite visibilizar de adentro hacia afuera y no viceversa
como medida de seguridad personal.
¡Ya las nueve! Marca el reloj de su
mano derecha, girando en reverza hasta que un niño se acerca a la caseta
–aproximadamente de siete añitos y le dice: “Buenas porte, ¿me das una gaseosa
por favor y cuánto vale?” - ¡Claro mi niño Mateo, son $4.200! – Gracias porte,
feliz noche-. Y este se va hacia su casa corriendo.
Muy sonriente contesta el saludo y
responde a las personas que se le acercan a preguntarle “el chisme” de su
partida a lo que ella evade con otras respuestas.
Lo único que alumbra la caseta es un
bombillo y las luces de los carros que ingresan haciendo agradable el rato, pero lo que la
mantiene despierta es la compañía de un pequeño radio a volumen moderado y una
cafetera cargada de tinto hirviendo cuyo aroma se esparce a su alrededor,
atrayendo a las personas que ingresan a esa hora. Se toma sorbo a sorbo como si
quisiera retrazar el tiempo y congelar los días con el frio constante que cada
vez se hace más insoportable, pero no es impedimento para cumplir sus
obligaciones y agradecerle a Dios por permitirle conocer diversos tipos de
personas (buenas y malas).
Ingrid afirma “es duro separarse de la
familia por un largo tiempo y a la vez exponerme a situaciones incomodas con
extraños que creen que por ser mujer pueden aprovecharse de las normas que yo
debo hacer cumplir, como por ejemplo: una vez una chica en reiteradas ocasiones
me toco llamarle la atención por generar espectáculos poco agradables dentro de
un carro con un chico a media noche, de pronto ella no se acordó que en frente
estaba ubicada la cámara de seguridad que corresponde a esa cuadra del
conjunto. Entre otros aspectos rutinarios que ya uno se acostumbra a lidiar con
ellos como borrachos, etc”.
Ya el crepúsculo empieza a jugar a las
escondidas, los pajaritos con sus cantos anuncian la llegada de un grato día.
Mientras sus ojos se van haciendo cada vez más chiquitos y el bostezo
incontrolable; pero aun así muy a las cinco con un tono de voz muy alegre
despide a sus residentes “señor, señora que tenga un feliz día…”
Ya es hora de salida de los
deportistas a trotar y su postura en la silla amarilla acrílica se torna cada
vez más incómoda, la cual describe la ardua jornada que tuvo, donde aplico el
corazón toda la noche para velar por la seguridad hasta su última noche. Se
despide de su compañero rondero que la acompaño y del nuevo vigilante que
ocupara su cargo.
Desde su partida, hace ya casi dos
meses, Ingrid continúa ejerciendo en lo mismo. Pero, desde el Conjunto Residencial
de Cañaveralejo, ubicado al suroeste de Cali facilitándole un poco la llegada a
su casa, ya que es un poco más cerca así ve pasar a su hijo la luz de sus ojos
cuando sale de estudiar.
Actualmente son muy pocas las mujeres
que prestan este servicio, pero muchas de ellas son humilladas y/o demeritadas
por su género; la mayoría de veces son las mismas mujeres las que se
desprestigian por el concepto machista que prevalece en la educación porque
creen que una mujer no tiene la capacidad física y mental de reaccionar como
vigilante y pocas las que por vocación como el caso de Ingrid luchan por no
dejarse derrotar, aunque laborar en estos trabajos tan exigentes las ausente de
compartir tiempo con sus familias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario