(Cuento)
Por: María Cristina Castañeda Ch.
Todo
comenzó una noche de Octubre, eran espeluznantes los gritos y gemidos de aquel
ausente e indescriptible perturbador de mis sueños desde que nací.
Es
escalofriante la sensación de no saber nada de mi madre, mis hermanas, ni de mi
padre – no lo conocía todavía- pero imaginaba su grandeza y nobleza como me lo
describía mamá. Soy demasiado pequeño -creo que tan solo habían transcurrido
dos semanas desde que salí de su pancita- .En ese entonces, no sabía caminar
muy bien y ya tenía muchas preguntas; también una extensa vida por descubrir.
Jamás
olvidaré aquel aguacero que a cantaros arrasó con todo a su paso, no era
producto de mi desvarío –enserio, diversas plantas me rodeaban, un panorama
absolutamente verde y oscuro no me
dejaba distinguir algo en particular. Solo hasta que por fin encontré una parte
segura en la punta de una palma carga da de cocos, donde me resguardé para no
ahogarme; más no del agua, ni el frió penetrante que invadía mis huesitos.
Mientras –mis recuerdos divagaban en cada gota haciendo girar un círculo vicioso
en mi cabeza-, parecía que ya llegaba mi fin en esa triste soledad.
Dormí
entumido un largo tiempo aferrado a la palma, supongo como una hora por lo
encalambradas que tenía mis paticas. Cuando inexplicablemente del cielo nublado
bajo un ángel -¡Wao! Es perfecta, hermosa, su voz, sus ojos miel me fueron
envolviendo segundo a segundo hasta que se me olvido el mundo. Las únicas
palabras que dejaron huella en mi corazón y memoria fueron las que pronunciaba
lentamente: “Mi nombre es Macrix, no temas pequeño, soy tu ángel de la guarda…
Ya es hora de que regreses a casa”.
No
puedo creer que haya sido tan bruto esa vez, el de no haberle dicho mi nombre… Sebastián.
Tampoco le pregunte si la iba a volver a ver. Fue mágico todo, excepto por los escasos recuerdos de mi cabeza: el abrazo
y beso que me dio fueron el instante que marcó para siempre un gran amor.
Luego
de despertar en brazos de mi madre, quien angustiada a lametazos trataba de bajarme la fiebre, dándome seguridad al encontrarme de nuevo en casa –la
supuesta casa de todo gitano- (sin un
rumbo fijo).
Ya
el sol danzaba para avisar el nuevo día
y yo aún no reaccionaba, pero en el subconsciente me llegaban sus palabras
“Sebas, Sebas despiertaaa tenemos que irnos… Esos humanos fueron los que se
llevaron a tu padre hace dos meses y hoy a tu hermana… Ahora vienen por
nosotros”.
El
miedo me invadió por completo, así que corrí junto a mi madre lo más que
pudimos; pero fue inútil, un sujeto grande, de contextura gruesa y vestimenta
blanca nos atrapó con una red – No hubo calle para escapar- a grito entero mamá
dio aviso a la comunidad perruna en un idioma el cual yo no manejaba con esa
fluidez. Sin embargo, mis cuatro hermanas restantes se lograron salvar
(quedando huerfanitas) en las calles de Manhattan.
Tras
las rejas mi madre y yo nos encontrábamos pagando una condena injusta, tal vez
solo por el hecho de existir –Dos sujetos después de atraparnos con redes, nos
montaron a una camioneta azul, nos sujetaron con lazos y nos llevaron a un
lugar difícil de describir para mí; puesto que jamás había visto cosa más rara.
–Recuerdo que en la entrada decía Zoonosis- mi mamá buscaba disimular su miedo
ante mi, no obstante era inevitable ver sus ojos quebrar en llanto porque ella
sabía el maltrato que le daban a los animales.
Era
algo nuevo ante mis ojos ver tantas jaulas juntas, llenas de distintas especies
sentenciadas a morir: cientos de perros, gatos, aves, ratoncitos y hasta unos
monos quienes gritaban pidiendo clemencia, otros perdón y sumisión a cambio de
que les permitieran vivir libres. Todos ellos tenían un número en las puertas
de su jaula, la mía era la 99 –obvio mama no se despegaba de mi, me decía: “a
mí me matan primero hijo mío, no olvides que te amo y en la otra vida estaré
para ti”.
Los
humanos de batas blancas corrían de un lado para otro horizontalmente, para
callar a latigazos a todo aquel “bullicioso”. Pasamos dos días eternos
apresados… Como era de esperarse para cualquier animal –menos nosotros- los
viernes los silenciaban brutalmente y ya era nuestro turno – Un señor de cara
pesada y perversa se para frente a nosotros burlándose de nuestra
vulnerabilidad “esos schnauzers mueren facilito”. Frase que desnudo lo mas
profundo de mi alma ocasionándome un odio y rencor que reaccione como nunca
–más agresivo que un pitbull- mordí durísimo los barrotes de acero… Fue más
factible quedar mueco que abrir eso, (desilusionado e impotente) deje que nos
llevara al final del pasillo donde nos encerró en un cuarto oscuro. Con suerte
allí se encontraba mi padre –mi madre me lo presento, estaba irreconocible,
acabado, desnutrido y enfermo-.
Pasados
los quince minutos de la charla familiar, por la única puerta donde llagaba
algo de luz, entro un monstruo de señora sus compañeros le decían “Garavito”
porque le satisfacía eróticamente despedazar vilmente cada animal. Sostenía en
su mano derecha una lobita siberiana como de tres años aproximadamente con
problemas de cataratas y en su mano izquierda traía un machete. Luego de
decirle una retahíla de cosas feas la fue desarmando uña por uña, diente por
diente hasta ocasionarle la muerte. ¡Fue horribleeee! Los gritos de la lobita
mientras la masacraban, mamá se desmalló por eso “Garavito” la tomo en sus
manos para continuar su sadismo con ella, yo le mordí una pierna para que no la
matara, pero de una patada me estrelló con la pared –dejándome inmóvil y consiente-
Ya iba a clavarle el machete cuando la puerta del cuarto se abre y la interrumpe
una niña muy bonita quien grita ¡Alto! Apuntándole con un arma a “Garavito”.
Garavito
tiró al piso a mamá (sin hacerle nada) y le dijo: “usted no tiene nada que
hacer aquí váyase o también la descuartizo con este mismo machete”, la chica de
ojos marrones, como de veinte años y cabello negro le respondió: “hágalo para
usted no hace la diferencia, pero si no logra matarme soy yo la que la voy a
dejar encerrada en este cuarto y me llevo a todos los animalitos. Usted,
asesina es un monstruo al prohibirle la vida a estos seres de paz y amor, qúe
le han hecho”. Sin dejarla terminar, Garavito con el machete le tiro el arma al
piso, dejando indefensa a la chica.
Al
cabo de una hora de forcejeo entre ellas papá y yo sacamos a mamá del cuarto y
llega un chico amigo de nuestra salvadora con un grupo de animalistas, quienes
con pancartas le muestran a todos los trabajadores del Centro de Zoonosis las
leyes y con un abogado horas más tarde consiguen la orden de cierre del
establecimiento mencionado.
Me
devolvía a buscar la chica de ojos marrones había conseguido golpear en la
cabeza a Garavito propiciándole la perdida de la conciencia unos minutos
(minutos en que la amarraba y entregaba a la policía, con antecedentes de
tráfico de animales y asesinato).
La
chica decide adoptar a mis papas y a mí para que cuidáramos su casa. Pues vivía
sola y necesitaba compañía. Fue la mejor noticia de mi vida. ¡Bueno no!
Vinieron dos más: el centro de zoonosis lo compro para colocar centros de
rehabilitación a animales desamparados, buscándole hogar a cada uno que se
recuperara y la segunda es que cuando conocí por primera vez su casa. Alguien
la esperaba en la cama muy hiperactiva… Su amiga incondicional “Macrix” (la
mascota de la casa). Sonriente me dijo: “Todo
tiene un final para muchos triste, pero algún día nos llegan las recompensas” ¡Guaao!,
con lagrimas en los ojos corrí moviendo mi colita para abrazarla, puesto que
nunca había tenido el calor de hogar, ni una familia humana (madre humana) que
se preocupara por mi salud, estado emocional, alimentación y a la vez compartir
con mis progenitores ¡Desde ese momento en que encontré la felicidad, empecé a
creer en Dios!.